18 de octubre de 2008


Diógenes decía preferir la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues aquéllos devoran a los muertos, y éstos, a los vivos.

Diógenes, el cínico, pidió limosna a una estatua. Le preguntan por qué lo hacía. "Me ejercito para fracasar", respondió.

En un banquete algunos le echaron huesos, como si fuera un perro: Diógenes, comportándose como tal, orinó allí mismo.

Solía hacerlo todo en público, las obras de Deméter y las de Afrodita. Y lo justificaba argumentando que si comer no es un absurdo, no es absurdo hacerlo en la plaza pública; y como resulta que comer es natural, también lo es hacerlo en la plaza pública. Se masturbaba en público y lamentaba que no fuera tan sencillo verse libre de la otra comezón del hambre frotándose las tripas.

Cuando le comunicaban que recibía insultos, mofas de la gente, el respondía "Si no estoy delante, como si me quieren azotar."

Diógenes, el Cínico, se jactaba de vivir como un perro. Se llamaba "ciudadano del mundo", despreciaba la civilización establecida. Practicaba la mendicidad y rechazaba la propiedad privada.

Dormía dentro de una vasija.

Un día, Alejandro Magno lo vio, desnudo y acompañado de un perro.

-Soy Alejandro Magno.

-Yo soy Diógenes el Cínico.

El Magno se ofreció a todo lo que solicitara el hombre. Sentía pura admiración por aquel individuo encorvado y sin vestimenta. Diógenes hizo uso del ofrecimiento limitándose a decir:

- "Pues entonces apártate, que me quitas el sol."


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