28 de julio de 2011

Impasse


La voz que trato de silenciar a todas horas ha desovado su discorde tósigo en mí:

Que no me ha perdonado; que ya no le importo; que me olvida sin esfuerzo.

Estoy solo. La tara tóxica salió de mí y vino a mí.

Estoy solo.

10 de julio de 2011

Casi cirugía.

Y como lo primero que hacía cuando empezaba a escribir una historia era detallar la estancia en la que transcurría, el Escritor escribió:

“La sinóptica pero espaciosa habitación del hospital cuenta con un sofá lapislázuli que da calor. Si pretendo que mi espalda descanse en el respaldo mis pies se alejan del suelo. Me hace asemejarme a un muñeco estuprado. Sudo mucho. Parece que alguien ha intentado succionarle las hojas a las orquídeas –empiezan a marchitarse. Yo soy el visitante; la cortesía que contempla a un enfermo nada ávido. El enfermo es un varón. El enfermo es mi hermano. Muy posiblemente ya ha dejado de pensar; no abre los labios para ver ni abre los ojos para oír. Suelto palabras desde mis labios degradados para acallar el espantoso abrazo de la Enfermedad. Mi joven alma se moja de ese padecimiento inmóvil y miro a la ventana como si esperase ver la vida caballar y alegre que me corresponde y a la que renuncio por estar aquí con él.”

***

Te había mordido el alma y tú lo que más querías era hacer algo demoledor, algo grande, que él recibiera como un “tú lo provocaste”. Un grito-agujero babeante, endemoniado, con las tripas fuera y remojadas en lágrimas; el bramido del cielo mientras se rompe el espinazo. Algo que llevara en la conciencia toda su puta vida. Por eso te tomaste esas pastillas a toda prisa. Pero te pillaron a tiempo y ahora ves al eterno victorioso ante la cama áspera del hospital. Volverías a ser carbón para la maquinaria abyecta de sus relatos y él seguiría sin reconocer su culpa en todo esto.

“Laceras mi carne”

Quieres decirle

“Ahora olfateada y contaminada. Mi carne de naufrago feroz por tu glotis de… Tu abrazo era hoguera. Devuélveme a mi… a mí. Fui el des-amado. Tu maldad es más ágil que los recuerdos y te alimentas de mis escalofríos y cómo no pudiste ver en mí señal de haber llorado cuando te fuiste con María, mi mujer y creíste que la calentarías pero la helaste como nos helaste a papá, a mamá y a mí cuando os vimos pasear cerca del colegio al que iba Marieta.”

Tú solo eres señal de un río derrumbado.

“Ojalá pudieras sentir el frío de este lado; el lado de los que aman demasiado a. Tú. Ti, te. Tu amar es mediocre para ser hombre y mucho más lo es para ser escritor…”

No hablas porque la garganta te escuece. Tras el lavado de estómago, piensas.

***

El Escritor se despidió del “hombre-bayeta” que era su hermano gelatinoso dentro de las sábanas pellizcándole el hombro, no sin antes comunicarle lo fétido que le resultaba el baño de la habitación, al que describió como una mezcla de “orín, datura estramonia, melocotón en almíbar y saliva.” No podía quedarse más tiempo porque tenía a María mala en casa –siempre se muerde los labios a pronunciar su nombre- así que hasta otro día, ya se verían en otro lugar donde la luz fuese más amable. Y que no hiciese otra tontería, que por encima de todo y todos, había que vivir. Aún tenía un verdor en el corazón que le hacía muy débil. Adiós, hermano.

3 de julio de 2011


Televisión. Cristina Tárrega, siempre untuosa, opina, sin remordimientos, que "lealtad y fidelidad son dos cosas distintas" y que "Leonardo da Vinci no sabía pintar manos". Todo el mundo sabe que Goya cobraba más por pintar figuras que no llevaran guantes. Las uñas son difíciles, y el ventilador USB le estaba resecando los párpados a Amalia, quien creía que la fidelidad era muy recomendable, ya que, particularmente, a ella no le favorecía la pérdida de cortisol que conlleva el sexo y le servía, además, de personalísimo adorno en el mundo incontinente y lúbrico en el que vivía.