27 de junio de 2010

Agradaré (III)


Están donde sólo existe la sombra y el hedor.

- Muéstrate ante mí, en mí. No me agobies. Basta.

Ella es dócil y extiende los brazos templados. Sus ojillos están a punto de llorar.

- No puedes más. Toda tu vida has errado, pero aún así me gustas, princesa. Deja de razonar con tu edad, asimila de una vez la vida, toda la vida, ábrete a la vida, mira las cosas, mírame. Renuncia. Conóceme.

Ella asiente.

El dedo del Amo anda por el brazo nevado de la princesa. Palpa la vena y clava la aguja en su pálido verdor. La sangre pasa por el conducto y salpica el fondo del barril. Más bajo aún que la sombra del muro; más abajo aún que las naúseas y la sed de los intestinos, la cabeza y el pecho del hombre proyectan una sombra sobre la muchacha.

La evocación de su casa, del amor y de la vida se empapa en la luz del pánico. La princesa siente que se halla suspendida en el mal, cebada de mal. Detrás de esa mano de hombre hay un reino de abismos. Sabe, a medida que entrega su sangre, sabe que en el alma del hombre habitan esos grandes demonios varados que devoran el sol. Y se pone a llorar por su espíritu profanado.

- Tu sangre se mezclará con otras menos líquidas y exquisitas en mis paredes, princesa. Yo te digo que no hay nada en mí salvo mil aflicciones. Tu sangre me alivia un poco, solo un poco. Me amas y me regalas tu sangre. Será olvidada en un depósito mugriento y mancillada cuando coloree los muros de este castillo con ella. Pero eso solo me contenta un poco. Y ahora vete para siempre de donde el aire está eternamente muerto. Yo nunca viviré a causa de ti, si no tú de mí mismo.


El Amo ríe con su hermoso rostro y entrecierra los ojos. Nada más destruido, más arruinado que el joven alma interior de la princesa, que empieza a creer en las lunas negras, en las llamas, y en el ruido.


La princesa camina lentamente, y siente que se le resquebraja la piel en torno al pinchazo. Sale del Castillo Rojo, que -ahora lo sabe- debe su color a las heridas de mil almas, y vuelve la cabeza para mirar al Amo, quien ufano, con el cuello ceñido por su collar de espinas, introduce una brocha gruesa en el barril y la saca violentamente para pintar un sillar plomizo. Algunas gotitas salpican su cara. Una de ellas cae en la comisura de su labio inferior. El Amo saca la lengua para atraparla y después observa el cielo, ya negro, agradecido por aquellas nuevas venas.

10 de junio de 2010

Agradaré (II)


Una semana antes de su boda, la princesa decidió salir del palacio, ya que le estorbaba ver su alcoba vacía de narcisos. Llegó al pie del castillo a medio construir que veía a diario, apoyada sobre los balaustres blancos, desde el mirador de su habitación. Pisó la tierra negra dejando los pasos al arbitrio de una voluntad irrefrenable y extraña.

La princesa sintió miedo al aproximarse a los toscos y anormales muros, pero continuó andando. En el aire se dilataba el rumor de un arrollo invisible; la joven giró la cabeza temerosa de aquellos bufidos espectrales. Un olor impreciso - no era ni fétido ni cautivante - emanaba de la puerta, que consistía en un gran vano irregular debido a la carencia de algunas dovelas en el arco, ofreciendo el aspecto de una boca tétrica y mellada. La princesa se detuvo frente a ella. Los sillares eran burdos, de un color dudoso, entre rojo, marrón y piedra emnohecida. Los árboles oscuros crecían apretados contra castillo, al igual que atlantes añosos. Los rayos del sol que moría iluminaron los muros, y sus piedras brillaron como fuego. El aire del atardecer intensificó el aroma hasta hacerlo mareante. La princesa se empapó de oscuridad cuandro atravesó el umbral del Castillo Rojo. Por dentro tenía el aspecto de una catedral románica: tres calles y una especie de ábside curvo en la central. Sobre él, en lo que debería ser una cúpula, un óculo deformado escupía un gran foco de luz. Y en el medio una figura imprecisa, bestial, fulgurante. Se puso de pie y resultó ser un hombre. En su rostro turbio, alumbrado, se abrió una oquedad que exclamó:

-¡Bienvenida!

La princesa caminó hacia la voz. Sus pupilas menguantes gimieron, despellejadas por la potente luz. Aún así se situó bajo la cúpula incompleta, delante del hombre, con los ojos tan ofuscados que el que tenía enfrente le pareció de granito. Él era joven, hermoso como el cielo púrpura que se alzaba sobre sus cabezas. Un collar enrevesado le caía por el pecho y la espalda, y la princesa tardó en percatarse de que estaba hecho con aguijones y espinas. La piel lacerada sangraba despacio. Ella adelantó una mano para quitarle aquella horca perversa. El dueño del Castillo Rojo contuvo sus dedos, los soltó, y sonrió como un ídolo.

6 de junio de 2010

Agradaré (I)




La princesa estaba sentada al borde de un gran atrio. El caballero se arrodilló frente a ella y tomó su mano incólume y gimiente. Su armadura bizantina parecía hecha de vidrio y en los ojos llevaba una expresión maniatada.


"Es difícil hablar ante tu mirada de látigos verdes, princesa. Estoy aquí, postrado ante tus labios contritos, ante tus cejas soberanas y ante todo el universo unitivo que es tu cara; pensando que detrás de ese rostro opulento están girando un sinnúmero de pensamientos, voluntades, y horas anteriores a este momento congelado. ¿Qué razonamientos coronas de forma secreta? ¿Acaso tus muros de belleza fingen no derretirse nunca? ¿Podré saber quién eres?


Perdona, señora mia, que las palabras me salgan como espasmos, que sea osado sin motivo. Tus párpados rosas, o tu cuello, o tus mejillas, o tu boca -clamor lunar y risa de oleaje- me aturullan. No, no es eso; es tu silencio el que me ofusca. Yo quiero que hables. ¿Qué sientes? Me pierdo en dilaciones para no llegar al momento crucial de mis sueños perdurables.


Princesa, quiero darme a ti, por entero, para siempre. Si ser consortes significa gozar o sufrir la misma suerte y tener una idéntica vida; si ser consortes significa que mi existencia sea efecto de la tuya y que mi alma agonice dentro de tu alma y nunca por separado, ¡quiero ser tu marido! Si me admites, por mi voluntad y mis brazos, sabrás que mi empeño es salvarme mediante tu amor, y tú te salves mediante el mío. Respiraré el aire que tú sorbes de tal manera que tú rutiles en mi boca para siempre. Escucha la voz que por ti vive. Elige o rechaza a quien solo con verte es hombre, filósofo, héroe, inmortal y mundo, y que cuando no te ve, es una máscara sin memoria ni futuro."


La princesa miraba al caballero con alegría táctil. Le derrotaban en dicha las palabras que salían de su boca. Desde el primer momento que vio al caballero, todo ímpetu e impulsividad, hacía escasamente un mes, sintió que su corazón se restañaba. Lo aceptó con el pecho extasiado, y se convirtió, de este modo, en su prometida.

4 de junio de 2010

La niña que se contenta con destrozar un dibujo


Un grueso edding dorado y se me olvida que la noche es limítrofe. Tengo los dedos y la palma de la mano llenos de grafito, como si llevara guantes de satén gris. No duermo porque me gusta pensar que encima de mi insomnio está el paladar oscuro y abúlico de la noche. Del ordenador sale una voz muy similar al reproche de una perra. Me gustaría escribir que él y yo hemos llegado a la letra única e irrevocable. Me gustaría explicar cómo, al igual que una mano que urga en huecos calcinados, un coro de silencios se me va incrustando un poco más cada día. Mis pensamientos indolentes regurgitan cosas como el deseo por leer a Palahniuk o la frustación que producen las horquillas extraviadas. Más abajo habita el irascible lastre del amor, que está empachado de succionar aire en vez de carne. Este ruge y vive de locuras, y mira las paredes ahítas con ojos de charco de pasión. Necesito de alguien.

Pienso que estos días son mentira; que estos aullidos son mentira; que es mentira el tiempo que me debato entre la lástima, la obediencia y el recuerdo. Pienso que es mentira que soy menor si me falta y que su ausencia sólo es un pacto a veces. Me repito los versos de Caballero Bonald.


Dulce
naufragio, dulce naufragio,
nupcial ponzoña pura del amor,
crédulo azar maldito, ¿dónde
me hundo, dónde
me salvo desde aquella noche?