19 de noviembre de 2009

Diarios, Fernando Pessoa


No sé quién soy, qué alma tengo.
Cuando hablo con sinceridad, no sé, con sinceridad, de qué hablo. Soy distintamente otro diferente de ese yo que no sé si existe.
Siento que no tengo creencias. Me arrebatan ansias que rechazo. Mi perpetua atención en mí mismo me muestra continuamente traiciones de espíritu a un carácter que tal vez no tenga, y que ese espíritu no cree que tenga.
Me siento múltiple.
Soy como un cuarto con innúmeros espejos fantásticos que deforma, convirtiendo en reflexiones falsas, una realidad que no está en nadie y está en todos.
Al igual que el panteísta que se siente onda, astro y flor, yo me siento varios seres. Siento que vivo vidas ajenas, en mí, incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres, incompletamente, individualizado en una suma de no-yoes que se sintetizan en un yo simulado.

11 de noviembre de 2009

El Gato de Cheshire.


Llevo mucho tiempo andando. Al menos, el coche está muy lejos. Por aquí no pasa nadie. La carretera está muda. Solo ando. De repente me pesas en los brazos. Creo que no puedo sostenerte más. Me arde la garganta. Está explotando un grito dentro, pero no digo nada. Como la carretera.

No quiero mirarte, Alicia. No puedo. Asique no osciles la cabeza de esa forma tan... No quiero mirarte y encontrar un cadáver. Ando para encontrarte al final de esta puta carretera. Es curioso porque te llevo en brazos. Pero no eres tú; no. El peso de tu mirada se ha debido quedar en el coche. Tu risa, que suena como un manojo de llaves. He dado dos pasos para atrás. ¿Dónde te busco? Voy a escarbar en la tierra... voy a encontrar algo que te haga volver. Te he tocado la cabeza sin darme cuenta, y te he mojado el pelo con el sudor de la palma. Me escuecen las líneas de la mano. Estás más helada que los troncos de los árboles.

Te odio, te odio. No soporto tus bromas. No soporto cuando duermes y yo no tengo sueño. Me dejas solo, soportando una consciencia viscosa, monstruosa, de labios verdes. Muchas veces abres los ojos y me preguntas que por qué tengo esa cara de pánico. Es porque cuando cierras los ojos la luz desaparece. Sin luz me agito como una bestia ciega encima de un suelo que se deshilacha.

Ahora tienes los ojos abiertos, fijos. Antes tenías en ellos una manada de caballos. Tus pupilas son como dos piedras inmóviles en un lago congelado. Me espantan. Sale sangre de alguna parte. De tu cuerpo o del mío. La sangre tiene el color de la pizarra.

Toco tu vientre blando, y te aprieto contra mí. Tu tripa ha sido muchas veces mi almohada. Cuántas veces lo he mirado, absorto, antes y después del parto. Cuántas veces, después de eso, te he mirado a la cara y he retirado mis manos de tu cuerpo, como para no profanar el nido. No puedes morir... eres madre. Eres la madre de Lucía. Su vida nació de tus entrañas calientes, es imposible que en tu útero ahora se geste hielo. Es... imposible.

No vas a abandonarme. Lo has jurado. Muchos días juntos. Toda la vida. Pero si es verdad que tú...

Un coche se acaba de parar. Me hace señas. Quiero arrancarme estos pulmones rebeldes, que respiran sin que yo quiera respirar. Dice algo de un accidente. Intento acercarme a su coche, pero no tengo las rodillas de mi lado. Otras figuras en el coche gritan. En la parte de atrás veo una niña que en vez de cabeza tiene un libro. Debe tener la edad de nuestra hija Lucía. Deja de leer y lo baja despacio. Lo último que veo es su boca. La niña chilla. Por un momento parece una marioneta.

A la carretera, a los arboles marrón nutria, les salen moratones. Todo se oscurece. Dejo de ver a la niña. Dejo de ver al Gato de Cheshire que sale en la portada. El gato de Alicia en el País de las Maravillas. Me mira como quien elige a un amigo.

El gato arlequín que era a la vez sonrisa y nada.

Míralo, Alicia, por favor.