30 de enero de 2012



Él, del orden de los reptiles de mandíbulas córneas y bruxistas, mira a la chica. Es severo. Es persistente. Mastica chicle. Todo él empuntado, delgado, poco inocente, de modo que a ella no le cuesta imaginarlo desnudo, aunque no quiere imaginarlo desnudo. Con los ojos endentecidos unce a la desconocida mientras camina y se sienta dos asientos más atrás. Ella se vuelve, una sola vez, desde su escabel. La tapicería está húmeda. El autobús arranca. Delgado como lo era la gente en épocas poco prósperas. Me parece más noble la atracción habría dicho el nuevo ungido. Ella sabe que la sigue mirando. La mira adusto y es posible que piense que ella no actúa con mucha inteligencia pero hay carne sinuosa y hay nubes frutales fuera y al fin y al cabo ella no desvalora su físico porque si ha de tener un color ese es el plata. Terco como un niño cuando desmantela los cabellos de ceniza y descubre un pecho, la mira cada vez más serio y con mayor firmeza. Algo en él hace atribuirle cierta excepcionalidad: puede que a su casa solo vaya de noche o puede que sea aficionado a hablar de oleajes color cangrejo o puede que alguna vez haya murmurado “el miedo ya no existirá más” y eso le hace pensar a ella que una mirada de hombre la sigue encabritando siempre que la mirada signifique SÍ hay mañana y los eclipses orientales sean equilaterales a las sábanas de color que perdió de vista o le quitaron de sus brazos ya sin piezas ya vacíos de abrazo. Ella se cubre con el bolso y cierra los ojos e imagina que él habla y propicia otro encuentro, otro día, en otro sitio, aunque no se ha acercado ni un milímetro a su asiento. Al Innominado le gustaban sus palabras de mariposa filosófica y le gustaba su mano sonora y le gustaba en muchas cosas pero se fue hacia los rayos circulares y la dejó, la dejó y ella para sobrevivir piensa que más adelante saltará por encima de la cabeza del hombre cuando él caiga en la cuenta de que su nombre se ha vuelto extraño pero su virtud es cada vez más fuerte. Entonces se da cuenta de que el desconocido está hablando por teléfono y que le está diciendo “te quiero” a alguien cuya réplica es inaudible. La ha dejado de mirar, ahora mira por la ventana y eso es doloroso, no siente celos por el desconocido pero es como si se hubiese posado suavemente en su corazón justo antes de fulminarlo y lo que la devasta es la impunidad con la que ese hombre le decía te quiero a alguien porque ella no podía llamar alegremente y decir algo así y entonces empieza a pensar a quién puede llamar y decirle algo así sin que suponga una humillación o una burla y siente un dolor rezumar más fuerte que la muerte y por un momento flaquea en su propósito de recoger todas las escamas y desea, desea poder llamar a alguien y decirletequiero y que no sea una mentira o un quebrantamiento si no decir verdaderamente decir de nuevo que ama hasta el latir de sus párpados y que por ellos se enfrentaría a la ira de Dios y así poder alzarse como una catarata y dejar de ser como la zorra teumesia y así volver al claroscuro. Ella baja del autobús.