
Habló el Gran Hermano de la inutilidad de las palabras. De no decir "excelente" cuando puedes decir "másbueno"(plusgood); de no decir malo, si puedes decir "nobueno" y de esas manera, con un único lexema significativo, poder extenderte entre las inagotables (¿inagitables?) ramas del significado, con la mera herramienta de los sufijos, infijos y sufijos. De esta manera, te ahorras cientos, miles de palabras y das a entender lo mismo. Pues somos muy permisivos a la hora de entender: no necesitamos un mensaje inmaculado, ni una oratoria asiana para hacernos una idea de lo que nos dicen. -Pásame el "este" de "esto"- Un gesto vago basta para comprender. Efectivamente, si fuésemos sibaritas de la comunicación perderíamos casi la totalidad de los datos que nos llegan, sobretodo debido a la vaguería que nos da pronunciar con exactitud y que hace que las lenguas tiendan a una simplificación progresiva. Pero no da igual llamar a las cosas de cualquier manera. El lenguaje se crea por necesidad. Es una sandez ofuscar, embrutecer nuestra capacidad comunicativa, tirar por tierra las cumbres que alcanzaron en otros tiempos. Es un retroceso reducir nuestro vocabulario, pues las palabras matizan nuestro pensamiento. Nombramos con ellas, clasificamos con ellas, censuramos, conquistamos, criticamos con ellas. Y no todo vale a la hora de hablar o escribir, el fin no es sólo hacernos entender sino hablar con exactitud rigurosa. No es lo mismo decir "muy bueno" que "excelente". Cada palabra es como un cofrecillo rebosante de connotaciones, henchido de implicaciones propias.
Para nuestra supervivencia necesitamos pocas palabras, es cierto. O ninguna. Podríamos vivir con gestos si nuestra vida se redujese a dormir, comer, reproducirnos y alertar de los peligros. Quizá fuese necesario algún bronco gruñido, y basta. Al desembarazarnos de la losa del peligro que supone el día a día, al conseguir la hegemonía, al domesticar medianamente a animales (él era un animal a la par que ellos, inerme y no poderoso) el hombre comienza a hacerse con un lenguaje cada vez más pulido. Y, como digo, este tránsito sólo responde a la necesidad de precisión que tiene el hombre por calificar cada vez más minuciosamente los hechos que pasan ante sus ojos y ante su juicio. Y no sólo a lo que ocurre fuera de él, sino que busca un nombre a las erupciones candentes que brotan de su interior, ya sea a la soledad, al loco amor, al odio corrosivo o al aburrimiento. No podemos suprimir algo así, pues sería suprimirnos a nosotros mismos, sería negarnos nuestras peculiaridades supremas.
El Gran Hermano buscaba hacer al hombre somero, bruto, bovino. Quítale el lenguaje, quítale los libros, quítale el cerebro. El yugo de la ignorancia nos hace ciegos y sordos y lo que es peor, crédulos. Fáciles de maravillar.
Dime... ¿cómo es posible reducir el lenguaje a seis palabras? ¿qué palabras serían? ¿Comida, Cama, Coche...?¿Tendrían cabida los "te quiero"?
Sin duda, si la humanidad se conforma un día con seis palabras, por mí puede desaparecer. ¿Qué fin tendría su existencia y la existencia de civilización? Y sería, irremisiblemente, el ocaso del arte, de la música, de la literatura, de las buenas conversaciones reflejadas en un espejo de café. Yo, particularme, no quiero vivir en un Mundo así, pues es un Mundo sin pulso. De venas secas y cuerpo inane.