26 de diciembre de 2008

Televisión

La miró sin que se diera cuenta. Acurrucada en el otro extremo del sofá, entre la manta, la jarapa y los cojines, parecía una larva desvaída. La luz de la televisión acusaba los peraltes y hundimientos de su cara, con sombras y un resplandor ficticio. Las mejillas ardían en azules llamas intermitentes. De vez en cuando se agitaba dentro de su crisálida, y un pie descalzo asomaba en la ladera (pie que se apresuraba a tapar con el borde de la manta sin apartar la mirada de la pantalla). Fruncía en ocasiones la boca y la levísima estría que dividía su labio inferior en dos partes iguales se hacía más honda y más apremiante.
Estaban a oscuras. Los ojos claros de ella, mortecinamente pálidos, heridos por dos afiladas pupilas, se entrecerraban. Cada vez parpadeaba más lento. Sonrió. Se humedeció los labios con el ápice de la lengua y la mantuvo durante un instante en la comisura izquierda. Lo miró. Dos bultos emergentes, las piernas de ella, bajo la manta, se cambiaron de posición pausadamente. Apoyó la espalda en el reposabrazos y ladeó un poco la cabeza. Adormilada, taimada, virtual, próxima al paroxismo…
-¿Me quieres besar?
-Mucho, mucho…- la voz de él bronca, apenas audible, subterránea y temblorosa.

No hay comentarios: