7 de diciembre de 2008

Diciembre

Estaban sobre un puente de hielo rematado con bolas herrerianas.
Ella llevaba un vestido corto de lycra y leotardos gordos. También traía en las pestañas diminutas gotas de rocío y una bufanda enmarañada alrededor del cuello, que le caía desmayada sobre los hombros de su trenca, similar a una una boa calcinada.
Sus ojos a siempre estaban húmedos. Rodeaba con sus brazos el cuello de él, y miraba al río como lo haría una ondina aburrida.
-¿Aún no nos vamos?- dijo con un mohín, apoyando la barbilla en el pecho.
Él le dio un beso distraído para acallar su impaciencia.
- ¿No estás nervioso?
-Un poco, un poco. Es normal... no sé a dónde vamos, ni cómo será aquello. La incertidumbre... joder. Estoy asustado, la verdad.
- Confío en Tassego totalmente. Nos llevará a un lugar mejor.
Calló de lo mal que le sonó esto último. Un lugar mejor. Soplaba el aire en la nuca de ambos, una mano de hielo que azotaba las ramas de los entecos árboles y golpeaba con furia sus mejillas.
- ¿Recuerdas lo que dijo?
- ¿Que el mundo se queda pequeño?
- Sí, eso. Lo pútrido y ridículo que es. Su absurdez. Un mundo exiguo y necio para gente necia. Este no es nuestro mundo, sin duda. Ni estas son nuestras gentes. Sabes que... me repugnan ,me repugna toda ese gente estúpida, constreñida, orillada y me repugna su naturaleza y sus días y sus leyes. Y su debilidad sobre todo.
Ella lo miraba con sus ojos de muñeca enferma.
- Pero... aun así...
Algún eco de vida pareció brillar en los ojos de la muchacha. Y la voz le salió ronca y como con flemas.
- ¿Pero qué?
- Nada.
Un latigazo helado. Silbidos hirsutos sonaron bajo el vientre del puente. Viento.
- Mira, ahí está Tassego.
Llegaron ante aquel cuerpo informe, violeta y gris. Tassego era sólo unos vapores suspendidos. Entre aquellos nódulos de gas, dos labios humeantes, sangrantes, bulbosos, dijeron:
- Decirle adiós a la tierra. Decirle adiós a la arcilla infame, a los cielos acotados. Abandonáis el mundo, abandonáis vuestro cuerpo. ¡Soltar las cadenas ígneas! Morid para vivir.
Y les tendió, con sus dedos vaporos, con sus falanges gaseosas, un afilado cristal. Ella y su mueca yerma sonrieron al terror del chico.



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