13 de diciembre de 2008

Arroz amarillo y piedras famélicas


La nieve es espuma de afeitar. Gordos coágulos cayendo sobre su vientre grumoso. Ayer no nevó, pero hoy ha eclosionado el cielo, la mucosa frágil; la suave llaneza de espuma en la que choca mi credo débil.
Ayer Zabe habló, tras una mesa y ante una bandera que no es la suya. Para que fuera suya tendría que ser más alga, menos gualda, menos sangrante y más azul que aquella ( Por dentro se desagua su en apariencia calmada bandera. Hemorragias. Infecciones). El estómago blanco. Las manos negras.
Habló Zabe pasando un PowerPoint. Habló en su inglés incisivo. Habló desde su boca franca, que a menudo se cierra pero que sobre todo sonríe. Vimos a su padre ciego, a su madre analfabeta (aquella que le mandó una calabaza que pretendía decir "eres pobre. No lo olvides." ) Habló con una voz que acalló la guerra. Habló del arroz de Sierra Leona; del poblado más pobre, del lugar más pobre, del país más pobre: su poblado. Las palmas de sus manos ya no son amarillas, como cuando comía, única vez al día, su arroz azafranado: aquí come con cuchillo y tenedor, y se abre el color de madera negra en sus dedos delgados. Habló de los jóvenes de ébano que andan millas para ir a la mísera aula de secundaria donde estudian. Estudian. Trabajan. Trabaja ese pueblo herido, correoso, limpio y raso; mutilado por la guerra pero vivo.
Zabe quiere estudiar Derecho, pero va a primero de Humanidades. Prometió que la próxima charla la diría es español.
"¡Sus amigas!" del colegio mayor, como las presentó con un gritito ahogado, la escuchaban en la primera fila. Dijo, repitió, que ellas habían celebrado su cumpleaños. Era el primer cumpleaños que celebraba en su vida. Pusieron globos en su puerta, la llevaron una tarta. ¡Sus amigas!¡Sus amigas!¡Éstas son mis amigas!... Todo en ella es Verdad, trascendente. ¡Mi amiga, mi amiga! ¿Qué hay más terminante qué verse muerto, torturado, o violado, y ver las marcas, como serpientes, de escaras, cicatrices de machete en tu cuerpo? No cabe la ficción en su rostro sereno, ni la mentira.
En el proyector, su tierra, la escuela que "cuando llueve, no hay escuela", los huesos evidentes de niños desnutridos. Ella vestida de sevillana con su familia de España. Una foto de cuando recuperó su equipaje, que se había extraviado con sus exiguas pertenencias ¡pero que eran suyas!... Perder sus escasos vestidos, sus mínimos objetos personales... perder la triste maleta que habría ordenado meticulosa antes de cambiar de mundo, de cielo y aire.
Habló de "Grandpha", también allí presente, misionero que halló, que ve corroborado día a día, su sentido en las penurias de Sierra Leona. "Todos son felices cuando ven a Grandpha"; y "Grandpha", navarro, mirada de fuego, secuestrado, torturado, amenazado de muerte (tenía fecha de ejecución) escuchaba hablar a "su negrita" en la sala de conferencias de una universidad española con los brazos cruzados y los ojos ardiendo y húmedos al tiempo.
Nada trocó su sonrisa amplia- "in my country, we are very nice and we have a very nice smile"- mientras ella y otra sierraleonesa cantaron. Sólo al final, al final, su voz se descompuso, un agudo y gutural quejido de ambas. Perdieron la melodía, callaron y se llevaron las manos bellas, juncales, oscuras a los ojos que rompían a llorar.

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