28 de febrero de 2009

Hamburguesa



La realidad y la suprarealidad irrumpen, de la mano, cuando presencio algo corriente. Mi pensamiento se vuelve -lo noto porque circula parecido a sangre densa- plúmbeo y oscuro como barro. Como ahora mismo. Estoy mirando, - mi arrítmico parpadeo es lo único que perturba el ensimismamiento- al Hombre de la cafetería. Y al verle reflexiono.
Sólo ante lo verdaderamente mundano mi mente se atreve a andar. Siempre filosofeo mirando neumáticos sucios. En cambio, en situaciones enrevesadas, altas, - disertaciones sobre el ser, accidente o amor- mi mente se queda tan seca como mi lengua; encallada por pensamientos estáticos y estériles.
Ahora mi cerebro tiene tanta actividad que rozo la taquipsiquia.
Me arrepiento, me asqueo, rememoro, sonrío; me jacto y avergüenzo; dudo, pienso en las razones del big bang de fuegos artificales, en mi futuro vestido de novia y en la manzana que se le incrustó a Gregor Samsa en la espalda. Pienso en las pupilas de vampiros elegantes y en fotografías de guerra mientras el Hombre de la Cafetería extiende la mantequilla por la plancha de hacer hamburguesas.
Lo hace con esmero y me conmueve. Reúne todas las gotas de tiempo y las concentra en las lonchas de beicon, queso y trozos diseminados de lechuga que manipula. Tiene las manos como cuencos de madera y las mueve muy despacio. Y su silencioso trajín, la elevación de sus brazos menudos, la delicada colocación del pan sobre la mantequilla derretida, me adormecen. Y yo, cuando noto sopor, empiezo a aletear sobre los vientos de la consciencia. Y resulta que la consciencia siempre la tengo viciada de preocupaciones; y la inconsciencia, de tu nombre.
Los pasos atávicos me llevan, como siempre, a pensar en ti, que, figurativamente, eres mi mayor desvelo. Tú siempre apareces en la cima en la que me detengo. Cuando miro abajo, en la cumbre, en el sabor visceral de tu recuerdo, veo que todos los demás pensamientos sólo eran una escalera para llegar a ti. Hasta el más remoto.
Y el Hombre de la Cafetería sigue componiendo la hamburguesa como un artesano mudo. El beicon chisporrotea y los vapores de la manteca flotan como un nimbo alrededor de él. Termina poniéndole un sombrero de pan bimbo al huevo que había sustraído de la rebanada presionando con un vaso. Lo coloca en un plato y del plato al mostrador. La chica paga -2,30 €- y se lleva el plato.
El asceta, el Hombre de la Cafetería, emprende otra nueva labor; esta vez se trata de un sándwich mixto. Mismo procedimiento, misma parsimonia, mismas maneras de anacoreta penitente. Una loncha de queso se escurre de sus pinzas. Murmura con voz de místico:
- Lo que más duele es la cantidad de aire que hay entre dos cuerpos.
Lo dice por mí. Y pido un zumo de melocotón.


2 comentarios:

Soy Leyenda dijo...

Tu texto me hace imaginar los tipicos antros gasolineros americanos. No habia leido nada tan gastronomicamente literosaciante desde la Oda a la cebolla de Neruda.
Interesante.

LaNieblaesRubia dijo...

Eres Martin Amis en potencia. Me está recordando a ti.