3 de febrero de 2009

Alas de mariposa


Vio la suela de goma de sus botas y la puerta del ascensor cerrándose. Escuchó la voz gangosa del elevador bajar hasta el portal.
Frío; consomé de lluvia
.
En el aire del rellano nadaba aún el olor de Ella, pero Él sintió ridícula su quietud como expectante, mirando el descansillo con ojos turbios y los hombros derrumbados, y cerró la puerta de la vivienda, que soltó un bufido tras su nuca. La casa catatónica.
Arrastró los pies, y se le quedaron encallados en la alfombra. Levantaba la rodilla, tardo, y situaba el pie de nuevo sobre ella. Atravesó el salón en tres décadas. Cuando su mano aferró la barandilla de la terraza, aún alcanzó a verla, balanceando las nalgas. Tiene las muñecas de piedra de Gales. Azules. El viento furioso la desgreñaba. Un parpadeo vertical de la niebla la engulló y él supo que no volvería a verla. A mis pupilas.
Movido por la tristecia y el tedio, encendió la luz de la mugrienta bombilla. La sala de trabajo de ella se reducía a una diminuta mesa plegable. Se había llevado todos los tarros, lupas, cajitas y pinzas en la mochila que simulaba cuero. Una vez nos bañamos en el mar y su brazo mojado se me escapó de los dedos. Ella era fabricante de alas de mariposa y creyó verla reclinada sobre sus minúsculos utensilios una vez más, pero sólo eran dos rayos de sol atravesando millones de partículas de polvo.
Un sonido, como el de unas hojas resquebrajándose, ronroneó en sus oídos. Me veías sin verme, con la intuición. Se notaba la cabeza llena de serrín, y pensó que aquel taconeo de hormigas era producto de su agotamiento. Pero persistía. El sonido procedía del fondo de la sala.
En el fondo opaco sonaba aquella especie de tambor, arañando. Se acercó. Geometría muerta. Vio la triza de carne. Agarró la pulpa grana y densa. Se habían adherido pelusas a su superficie viscosa. Palpitaba el trozo; Era un trozo del corazón de Ella.
Inmediatamente notó Él un peso desprendiéndose de su pecho, como una piedra arrojada dentro de una pajarera. Cierto ruido agrio. No le extrañó ver medio puño de su propio corazón caído en el suelo, derrengado y sangrante. Con la mano que tenía libre lo cogió -estaba caliente- y salió de la sala de trabajo.
Un vez en la cocina dejó ambos pedazos sobre la mesa y fue a por una maceta y tierra. ¿No ibas a ser tú la Madre, el nido, la charca, la Niña?
Dentro del recipiente poroso, revestidos de tierra negra, parecían dos bulbos tiernos.
A pesar de tener medio corazón, no se notaba más ligero.
Mientras echaba tierra y más tierra, pensó que la vida era una yegua.
Y ambos corazones quedaron inhumados dentro de la maceta
"Estás lejos", son las palabras más tristes...
La luna, a partir de ahora, es tuerta.

5 comentarios:

Soy Leyenda dijo...

Diria que es lo mejor de ti que he leido hasta el momento. Diria.

Seth dijo...

Que paranoico. Me encanta!!

Anónimo dijo...

Pues yo diria que me ha encantado

LaNieblaesRubia dijo...

Gracias... me alegra mucho que os haya gustado. :D

Anónimo dijo...

Tristísimo y magistral.