5 de septiembre de 2010

In ictu oculi

Como se siente desaprovechada, se acerca al chico que siempre veía sentado en las gradas. Abren la boca. Grovskopa. Su saliva sabe a tecno sueco. Alrededor giran pelvis urgentes. Las almas se reblandecen bailando. La humanidad húmeda baila. Ellos se quedan quietos. Sus lenguas bailan. Se encapsulan en un abrazo cuando el sol acuchilla el horizonte. Los jadeos adolescentes llegan en primavera.

Las pelusas quedan adheridas en su brazo. Se levanta del suelo. Está entumecida, como siempre que le llega una conversación seria. Ella no es tan ingeniosa como cuando piensa a solas, pero siempre es la primera en pedir perdón. Sus pupilas siempre están dilatadas y dispuestas, como un juez equilibrado, a ser salpicadas por la asimetría del mundo. A él le domina la puntiaguda circunspección de los hombres. Es tan joven aún que sus remordimientos le avergüenzan. A veces sueña que ella le azota con su pelo. Normalmente le llega a la cintura.

Tras cuatro horas hablando por teléfono, ambos piensan que todo va a acabar. Sin embargo, una hebra de ansiedad les mantiene juntos. Las primeras veces escuecen en la memoria. Él le pide, con su voz indolente, que se case con él. Es otoño, así que caminan haciendo crujir las hojas.

Se casan sin pensar en términos de años. Se casan arrastrados por una generación que se casa. Ella está espléndida. No espera recursos; ni tiene esperanzas en su marido. Él consigue parecer menos insulso. Son muy felices. Todo evoca a tafetán, hasta el tintineo de las llaves nuevas.

Los hijos no llegan y ella se señala el vientre con un dedo agudo como un cuchillo. Se ha cortado mucho el pelo, como si eso la hiciera fértil. Él se convierte en un verraco rutinario. Sexualidad apática y calibrada. Todo eso le pone de mal humor. Dejan de esperar y ella se queda embarazada.

La madre susceptible increpa al macho y se esconde en el nido. La madre feroz. El macho negligente. La criatura llora hasta herniarse. El padre expulsado siente que toda la sangre ha sido expulsada de él. Le duelen los pulmones resecos. Habrá más calamidades.

Ahora es un universo de tres personas. Y las personas matan a todo lo que está a su alcance para calmar al monstruo que les roe las entrañas.

Todos los finales son, invariablemente, una fatiga.

4 comentarios:

M. dijo...

Tu entrada me ha recordado a algo que escribió BORGES:

"Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?"


Los finales no sólo son una fatiga, son una falacia. Me gustaría saber que tal le sentó a Blancanieves comer tantas perdices, o a cuantos hombres le rompió el corazón Caperucita Roja.

LaNieblaesRubia dijo...

Hay que terminar de aguna forma redonda.
Aunque eso en la vida real no ocurre; nos traiciona el titubeo.

Matias Rivera Baeza dijo...

EL drama de la vida real es que las implicancias de todo siguen resonando por muuuuucho tiempo, ergo, no hay final realmente. Eso es lo entretenido de la literatura: es un mundo que calza a la mente humana, abarca un comienzo, un desarrollo y un fin, todo esta ordenado y todo termina con la última sílaba.

Y es que añoramos un final y un detente de las cosas, porque ir de una cosa en otra termina por cansar, sobre todo cuando se acumula camino y nuestro pasado comienza a agrandarse y agrandarse. Soñe en algún momento con lo definitivo, pero lo definitivo es una quimera y el rio arrastra todo frente a mi, y a mi entremedio, y todo llega y se va excepto yo, pero noto que yo muto. Al final, lo definitivo son las cicatrices y esa estupidez de asno: siempre se vuelve a empezar otra vez.

memento sarcastico dijo...

lo dige antes y lo dire siempre, quiero un final feliz para esas princesas echas de algodon de azucar a las que tambien como siempre, clavas uñas y dientes y las conviertes en un palo de madera, seco e insipido....

bravo por ti, porque me cambias el cristal rosa por telarañas y me dejas con ganas de mas, aunque sepa que me va a doler.