28 de enero de 2010

La cosecha


Cósima, la niña de pelo de leña, andaba entre hileras de cuerpos colgados cabeza abajo. Le recordaron a las reses muertas y abiertas que vio una vez en la carnicería. Aquellos hombres estaban vivos, pero parecían cadáveres. Tenían los ojos abiertos, y movían las pupilas como si miraran un péndulo, de un lado a otro.


Cósima, la niña de pelo de leña, no vio ninguna cuerda que los mantuviera en vilo. Las sienes duras y azuladas permanecían a metro y medio del suelo, y entre un cuerpo y otro había una distancia de un metro. Estaban perfectamente ordenados. Era una cosecha de hombres.


Un ruido nasal, parecido al croar de una rana, se escuchó a lo lejos. En menos de un minuto, un océano naranja, menos espeso que la lava, descendió por las colinas. Cósima se arremangó su vestido, que era del color de las golondrinas, y sin pensarlo, intentó escalar uno de los cuerpos flotantes. La carne era blanda. Con desesperación, arañó la espalda y las costillas del hombre y trató de encajar el pie en la nuca. Excavó sus mejillas con la punta de su zapato. Los brazos permanecían pegados al cuerpo, como dos asas nervudas. Cósima se agarró al codo y, con esfuerzo, consiguió mantenerse en vilo, introduciendo un pie en la concavidad de la axila. El líquido pasó por debajo de la cosecha de hombres y sus salpicaduras hicieron eco.


Unos minutos después, la tierra absorvió el mar y se quedó húmeda. Cósima permaneció agarrada al tórax, con la mejilla pegada al ombligo frío del hombre. El viento era como un rumor inaudible que le mecía el pelo.

Todo estaba en silencio, como cuando el mal adquiere fuerzas muy cerca de nosotros.

1 comentario:

lobo dijo...

la niña elude la marea y un hombre medio vivo medio muerto la ayuda a salvarse. Me gustan tus historias, de tu cabeza.