10 de junio de 2010

Agradaré (II)


Una semana antes de su boda, la princesa decidió salir del palacio, ya que le estorbaba ver su alcoba vacía de narcisos. Llegó al pie del castillo a medio construir que veía a diario, apoyada sobre los balaustres blancos, desde el mirador de su habitación. Pisó la tierra negra dejando los pasos al arbitrio de una voluntad irrefrenable y extraña.

La princesa sintió miedo al aproximarse a los toscos y anormales muros, pero continuó andando. En el aire se dilataba el rumor de un arrollo invisible; la joven giró la cabeza temerosa de aquellos bufidos espectrales. Un olor impreciso - no era ni fétido ni cautivante - emanaba de la puerta, que consistía en un gran vano irregular debido a la carencia de algunas dovelas en el arco, ofreciendo el aspecto de una boca tétrica y mellada. La princesa se detuvo frente a ella. Los sillares eran burdos, de un color dudoso, entre rojo, marrón y piedra emnohecida. Los árboles oscuros crecían apretados contra castillo, al igual que atlantes añosos. Los rayos del sol que moría iluminaron los muros, y sus piedras brillaron como fuego. El aire del atardecer intensificó el aroma hasta hacerlo mareante. La princesa se empapó de oscuridad cuandro atravesó el umbral del Castillo Rojo. Por dentro tenía el aspecto de una catedral románica: tres calles y una especie de ábside curvo en la central. Sobre él, en lo que debería ser una cúpula, un óculo deformado escupía un gran foco de luz. Y en el medio una figura imprecisa, bestial, fulgurante. Se puso de pie y resultó ser un hombre. En su rostro turbio, alumbrado, se abrió una oquedad que exclamó:

-¡Bienvenida!

La princesa caminó hacia la voz. Sus pupilas menguantes gimieron, despellejadas por la potente luz. Aún así se situó bajo la cúpula incompleta, delante del hombre, con los ojos tan ofuscados que el que tenía enfrente le pareció de granito. Él era joven, hermoso como el cielo púrpura que se alzaba sobre sus cabezas. Un collar enrevesado le caía por el pecho y la espalda, y la princesa tardó en percatarse de que estaba hecho con aguijones y espinas. La piel lacerada sangraba despacio. Ella adelantó una mano para quitarle aquella horca perversa. El dueño del Castillo Rojo contuvo sus dedos, los soltó, y sonrió como un ídolo.

5 comentarios:

José Martínez dijo...

Mireia, sigue así. Por un momento me has transportado a un mundo paralelo al del portátil desde el que te escribo este comentario. Me agrada que escribas, y que lo hagas tan bien. Admiro tu estilo, muy depurado. Eres una artista polifacética sin lugar a dudas. Un beso muy fuerte. José.

LaNieblaesRubia dijo...

Me lo dice un prometedor periodista deportivo que tiene un ingenio hipnotizador y una labia infinita. Muchas gracias, José. Yo también he de felicitarte por tu magnífico blog.
¡Eres estupendo! Y un gran amigo.

licaon memento mori dijo...

siempre quiero encontrarme una brujula para tus historias y encuentro abispas. De la mano de la princesa cassanova por un ciudad de pilares y hasta la puerta del pobre jack, ¿donde me quieres llevar?

LaNieblaesRubia dijo...

Gracias por refugiarte en mi blog, A.M.A
Licaon, sempiterno impaciente. Las cosas están adquiriendo un cariz menos empalagoso, ¿no?

licaon dijo...

...cierto es..estaban apunto de aparecer pasteles de fresa en forma de gatito.....pero no les has dado tiempo..la princesa va a meterse en problemas

la princesa esta triste
¿que le pasara a la princesa?
los suspiros se escapan
de su boca de fresa