15 de abril de 2009

¿Quién quiere ver el futuro?


El marciano cerró los ojos y volvió a abrirlos.
- Solo hay una explicación. El tiempo. Sí, eres una sombra del pasado.
- No. Tú eres del pasado -dijo el hombre de la Tierra.
- ¡Qué seguro estás! Pero ¿cómo podrías comprobar quién es del pasado y quién del futuro?
- ¡Pero las ruinas lo demuestran! Demuestran que yo soy el futuro, que yo estoy vivo y que tú estás muerto.
- Todo en mí lo desmiente: me late el corazón, mi estómago tiene hambre y mi garganta sed. No, no. Ni muertos, ni vivos. Más vivos que nadie, quizá. Mejor, atrapados entre la vida y la muerte. Dos extraños que pasan en la noche. Nada más. Dos extraños que pasan. ¿Ruinas, dijiste?
- Sí. ¡Tienes miedo!
- ¿Quién quiere ver el futuro, quién lo ha querido alguna vez? Un hombre puede enfrentarse al pasado pero pensar… ¿Has hablado de columnas desmoronadas? ¿Y del mar vacío, los canales secos y las doncellas muertas y las flores de fuego de sus manos marchitas? -El marciano calló y miró hacia la ciudad lejana-. Pero están ahí. Las veo. ¿No me basta? Me aguardan ahora, y no importa lo que digas.
Y a Tomás también lo estaban esperando los cohetes, allá a lo lejos, y la ciudad, y las mujeres de la Tierra.
- Jamás nos pondremos de acuerdo.
- Admitamos nuestro desacuerdo –dijo el marciano-. ¿Qué importa quién es el pasado y quien el futuro si ambos estamos vivos? Lo que ha de suceder, sucederá, mañana o dentro de diez mil años. ¿Cómo sabes que esos templos no son los de tu propia civilización, dentro de cien siglos, desplomados y en ruinas? No lo sabes. No preguntes entonces. La noche es muy breve. Allá van por el cielo los fuegos de la fiesta, y los pájaros.
Ray Bradbury, Crónicas Marcianas.

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