28 de agosto de 2010


- ¿Cómo te llamabas?
- Valme.
- Ah, es verdad. Perdóname.

La mujer sintió gratitud por las palabras. Estaba desnuda encima de un diván anacrónico y debajo de una colección de búhos de cerámica. Un chico joven la estaba dibujando en la página marfileña de un bloc, así que permanecía rígida como una estatua. No se dijeron nada más. Ella se vio interpelada por la mirada concentrada que el chico dirigía a sus senos. Dijo algo incomprensible parecido a un cacareo. Sus marcadas clavículas se plegaron igual que un compás.

- No son muy grandes.

El joven reflexionaba mirando al embrionario dibujo. Luego miró a la mujer. Volvió al dibujo de nuevo. Le dibujó el esternón con cuatro trazos cortos. La estatua había empezado a sudar.

- Me gustaría tenerlas más grandes. Querría tener unas tetas redondas y asfixiantes.- dijo con una sonrisa mantecosa. La odalisca estaba coqueteando.
- Ya está acabado. Quizá tengamos que quedar otra vez cuando lo pase al lienzo. Tengo que decirte que en el cuadro no te parecerás mucho.

Cuando no dibujaba, el chico, que era melenudo y espigado, repetía el gesto de agarrarse un mechón de pelo y peinárselo hacia abajo como si su mano fuera un peine.

- ¿Me pondrás más tetas?
- Es posible.
- ¿Y qué más me harás?
- Quizá te añada algún piercing.
- ¿Más?
- Sí.
- Joe tío, no paras de tocarte el pelo. Así sólo consigues taparte más los ojos y engrasártelo.
- Ya.
- Tienes unas pestañas muy largas y oscuras. Me he fijado. Soy buena fisionomista. Quizá sea buena dibujando.
- Me dijeron una vez que las tenía como las cerdas de una brocha.
- Seguro que te lo dijo alguna amiga de facultad. Los de Bellas Artes estáis zumbados. ¿Me dibujarás los tatuajes, no? Aunque sean un poco sádicos.

Los pechos de la mujer se habían acercado demasiado. Eran esponjosos. Encima de los pezones bizcos había un collar tatuado de rosas negras y pequeños cuerpos empalados por los tallos espinosos. El chico giró su cara de jirafa guapa y se puso de pie.

Una estatua tan cercana manifiesta su sangre y su calor. Una estatua tan cercana empieza a ser tan resbaladiza como cualquier mujer desnuda. A esa distancia podía percibir sus abultados lunares. Tenía que irse. La mujer sonrió quedamente.

- ¿Qué edad tienes, Javier?
- Veinte.
- Yo tengo veintinueve.

Javier había volado hacia la puerta.

- ¿Por qué te da miedo la vida, siendo tan joven?

Él entendió, pero no podía explicárselo. Ni ganas. A veces le costaba expresarse, y era entonces cuando empezaba a gesticular desacertadamente. La mujer cruzó los brazos.

- ¿Sabes? Yo de pequeñita solía imaginar cómo sería mi futuro. Todas esas fantasías se resumían en tres preguntas. La primera, con quién me casaría o a quién amaría. La segunda, cómo serían mis hijos. Y la tercera, cómo sería mi muerte. Mi vida entera parece desde fuera un caos. Una mierda de vida llena de intenciones fallidas. Pero te juro que cada paso, hasta las caídas que daba, tenía el objetivo de responder a alguna de esas tres preguntas. – elevó la voz, enérgica, solemne.- Ahora puedo responder a dos e imaginar la tercera. Me casé con Raúl aunque me divorcié. He amado a muchos hombres, la mayoría tan hoscos y delgados como tú. Mi hijo es asmático, enclenque y nervioso. Mi muerte llegará antes de tiempo pero no lo suficiente. O quizá no, esa la tengo pendiente. – Javier sabía bien a dónde quería ir a parar. No era la primera vitalista que quería rescatarle del tedio. El discurso, cada vez más debilitado, envejecía a Valme. A Javier le mustiaba hablar con la gente. No quería escucharla más.

- Tú temes al amor, a la amistad, al dolor, a la enfermedad y a todo. Le dices que no a la vida huyendo de todo. Si quieres estar solo siempre, sólo podrás responder a la última pregunta, porque sí puedes alejarte de la vida, pero no puedes alejarte de la muerte. ¿Quieres que tu existencia se limite a averiguar cómo será tu muerte?

Javier no dijo nada. Lamentó los esfuerzos vanos de Valme. Estaba equivocada, hacía años que él había abierto los ojos. Hacía años que entendió que él no podía ser el protagonista. Él tenía que ser el narrador. El crudo y estático espejo de todos los rostros. De toda la humanidad. Esa humanidad tan afanada como hormigas. Siempre tan esclava y sanguínea. Tan narcisista y exuberante. Dibujarla siempre, y no tocarla nunca. Recordó las líneas que inauguraba su bloc. “Jugad, reíd, follad, gritad, temed, casaos, tened hijos, ahogaos, corred, llorad, quereos. Vosotros vivid siempre, que yo os miraré siempre. Y vosotros os veréis en mí, que soy traslúcido, que soy líquido. Que no soy. Que soy pintor.”

Se puso el sombrero taladrado.

- Gracias por dejar que te pinte. No te miento si te digo que esto es mi vida.
- Eso no es una vida, es como una ficción.

Y el pintor se fue andando por la calle luminosa hasta que sólo fue una sombra descolorida

6 comentarios:

Anónimo dijo...

entre lienzo y lienzo, la vida se le escapa, no sabe que la noche acaba cada mañana y que el puerto se ha secado. Ella es diferente, no aguanta la respiracion y anda descalza, no sabe cuando se va a apagar, solo tiene dos respuestas, por eso no quiere cerrar los ojos.


muy bueno m.g ....quiero mas, siempre mas!

Justo dijo...

Qué sugerente, de verdad... qué bien trazada la escena, y la descripción de los personajes, y el conflicto...

No sé quién decía que hay que ser Homero o Aquiles, que las dos cosas a la vez es imposible -aunque haya casos, pienso por ejemplo en el intrépido Saint-Exupéry-, hay que elegir entre vivir la vida o contarla. Pero para contar hay que haber vivido antes...

Hacia dentro y hacia fuera. Quizá Valme subestimó a su retratista.

Soy Leyenda dijo...

Te metes un caramelo en la boca, lo pasas de la tuya a la mía para luego volverlo a recuperar, y ver si conserva el mismo sabor o ha cambiado. Somos monstruos y abismos, el uno del otro.

LaNieblaesRubia dijo...

Anónimo o lobo rebozado en madreselva, tu comentario reglamentario siempre es de agradecier.

Justo, una vez leí que quien aspirara a ser escritor debería elegir entre tener hijos o parir libros, aunque quizá sea demasiado radical. Como en casi todo, se distinguen dos bandos: los innatistas, que escriben con los tuétanos de su imaginación, y los "esponja", que escriben de recuerdos. Abundan ejemplos de unos y de otros.
Gracias sinceras por el cumplido y por deternerte a leerme.

Leyenda, entrañas siamesas segregan igual saliva. Eso es, aunque también seamos, a veces, dos niños entre monstruos y abismos.

M. dijo...

Hay dos tipos de espectadores; los que miran y los que ven. Me quedo con los segundos, ¿y sabes por qué?.

Siempre mastican con la boca cerrada y permanecen en silencio, aún cuando les preguntas "¿cómo va el marcador?". Para ellos siempre va a cero.

LaNieblaesRubia dijo...

"En esta vida, unos j* y otros miran." :)