
30 de diciembre de 2009
En un tiempo pensé...

20 de diciembre de 2009
Cuarto menguante
Y brechas, como las de la arena seca,
se abren en su cama.
La luna gira sobre sí misma e intenta morderse.
Desde sus labios, que son unas gavetas de vino rojo;
desde sus labios mira la espalda
que está a su lado
casi tan inmóvil como el pecho de aquel cisne muerto.
Hasta mañana,
hasta mañana no apartarán las sábanas.
Ahora es de noche. Y puede contar los minutos claramente.
Ella apoya su sueño en la almohada,
y desea olvidarse de estar despierta.
Se ha deshojado en estos veinte años.
Las arrugas, las brechas, las canteras de carne ilusionada...
esa fue su vida. Y está cambiando. Ahora es un espectáculo de acróbatas trágicos.
La existencia de él se le escurre
entre los brazos.
El castillo hecho de puntos
ve morir sus escalones en una cama congelada.
La bella, la víctima, la madre
llora un poco,
y descose para ella sola una nube
como una bolsita de tristeza.
19 de diciembre de 2009
En la última gruta

Estás sentada sobre el alto taburete de coral
Delante de tu espejo siempre en su cuarto creciente
Dos dedos sobre el ala de agua del peine.
Y al mismo tiempo
Regresas de un viaje te quedas la última en la gruta
Rezumante de relámpagos.
No me reconoces.
Estás tendida en el lecho te despiertas o te duermes
Te despiertas donde te dormiste o en cualquier otra parte.
Estás desnuda todavía rebota la bala de saúco
Mil balas de saúco murmuran sobre ti
Tan ligeras que en cada instante tú las ignoras.
5 de diciembre de 2009
En el salón.
Juan deja de oírlos cuando abre.
No llega a entrar. Carne pálida, temblando como una llama, le abofetea los ojos.
Los dos cuerpos forman una araña. Sofía estaba debajo, derretida. Ese flujo, esa náusea, esas tiras... abierta su obscena boca roja; eclipsado su cuerpo por una espalda. El miriápodo sigue sus vaivenes elípticos. Sus espantosos gemidos se estampan contra los muebles.
Juan quiere cerrar la puerta. Sofía abre los ojos. Se incorpora. El pelo se le abre como un abanico al revés. Los mechones se pegan al cuello húmedo y coloreado. Los siameses se separan.
Juan cerra la puerta y se queda de pie en el pasillo.
Salen de la habitación. El hombre mira a Juan y sale de la casa. Juan no mira a nadie. Se sienta en el sofá. Ella, poco después, también. Tiene las mejillas rojas, el cuello mordido, y la camiseta del revés.
Él llora en silencio. Recoge el resplandor de varios años; lo mira, y llora. Su mente está suspendida, como una mota de polvo en un rayo de sol. En su pecho, nota su doble corazón ahorcado. ¿Ha sido amor o miseria? Ahora sólo quiere descansar en un sueño sin márgenes...
Se muere, y Sofía es preciosa. Se muere por ella, pero ella le cuida como cuando tiene problemas. Si un bloque, un bloque artificial le sirviera de mentira, podría mirarla y no sentir que la ha perdido.
Ella se levanta y va a por un vaso de leche. Su piel es del mismo color que la leche que está bebiendo y sus ojos negros sin fondo piensan que ya no tienen necesidad de ese hombre transparente que llora en su salón. Y piensa en el que se ha ido, y piensa que el amor es lo más muerto de todo lo que muere.
Juan busca en su garganta palabras. Ella le mira como diciendo: "eso no importa". Y él quiere creer que no importa. Y sin embargo, le toca perder. Le toca condenarse a una vida sin arraigos. Le toca no amar más porque ya lo ha amado todo.
Lo bello se pudre antes que lo feo.