
Había sido algo muy típico: al lado de una barca de pesca. Ella sonreía con sus encías colosales, encarnadas, que tenían el aspecto brillante y rojo de las granadas abiertas. Era similar a un conejillo sobreexcitado. Sus ojos parecían haber sigo creados por un dios drogata aficionado al cristal. No eran nada en concreto, sino la mezcla de todo junto. La rabia de los héroes épicos se ahogaba en verde. Las suelas de los zapatos de la humanidad se apilaban en sus pupilas. Tenía las mejillas esféricas, las cejas semiesféricas. Era rubia.
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