
Un ligero mareo le sobrevino cuando levantó la cabeza. Las letras que escarificaban la piel reluciente del váter le parecieron a Mia, por un momento, de color coral deslucido y grueso, como las de los créditos de una peli de terror mala. Tiró de la cadena. La cadena sonó sin mucha gloria, a burbujas roncas y cansadas. Se miró la mano. Tenía los dedos índice y corazón enrojecidos y con hendiduras iguales a la de su paladar. El regusto a vómito estaba en todas las partes de su cuerpo.
En medio de las riñas entre el Hambre y la Culpa siempre se encontraba Mia arrodillada, con la cabeza metida en la taza del retrete y con la garganta abrasada.
Cada vez que vomitaba hallaba paz. Era una paz intranquila, absurda, paradójica; una paz moribunda y culpable, que apenas acallaba los remordimientos. Era una enmienda imperfecta: el error se había arreglado pero volvería a cometerse. Para una mente corroída como la de Mia, la Culpa es un pantano perpetuo. Siempre salía del baño sabiendo que volvería a errar, que sus promesas eran de arena, que su palabra y honor baratos, que volvería a arrodillarse con el mismo terror, desconsuelo y arepentimiento que otras veces y volvería a vomitar su falta entre arcadas ásperas.
Error, falta, pecado, pérdida, mancha, tropiezo, enmienda, sacrificio. GULA.
Mia se inmolaba a todas horas. Las noches hacía tiempo que no eran de sueño, sino de nevera y naúseas. El trayecto anormal de su bilis (de dentro a fuera) era un paralelismo del trayecto anormal de sus pasos (de dentro a fuera de su cama). El insomnio se aliaba con el parquet frío. Todas las noches iba en procesión a la cocina, abría el refrigerador y echaba mano de la comida helada. Helada como sus manos, como su boca, como su mente. El Ansía es frío. La Muerte también. La Bulimia, por ende, también es fría.
Los casamientos entre bocados eran repulsivos. Pollo y después un chorro de leche condensada, besugo y galletas. La avidez no le dejaba discernir lo que se llevaba a la boca. La demanda que notaba Mia en sus entrañas ansiosas, amplificaba por las cavidades de sus tripas, no admitía gilipolleces. Tragar, tragar, tragar. Era incapaz de decir a que sabía el bolo que engullía. Muchas veces devoraba notando la sal de sus propias lágrimas. Qué asco se daba a sí misma...
Llegaba un momento que el Hambre la abandonaba. Nunca se iba antes de dejarla exhausta y avergonzada. Se iba en silencio... y entonces...
La señorita Culpa, implacable, concreta, eficaz, cíclica y cumplidora de sus promesas, volvía para purgarla. Tocaba su campanilla, palpaba su lengua, y provocaba un vómito roto.
Error, falta, pecado, pérdida, mancha, tropiezo, enmienda, sacrificio. GULA.
La vida de Mia tenía estrías, ramas blancas como las que rasgaban su piel.
En medio de las riñas entre el Hambre y la Culpa siempre se encontraba Mia arrodillada, con la cabeza metida en la taza del retrete y con la garganta abrasada.
Cada vez que vomitaba hallaba paz. Era una paz intranquila, absurda, paradójica; una paz moribunda y culpable, que apenas acallaba los remordimientos. Era una enmienda imperfecta: el error se había arreglado pero volvería a cometerse. Para una mente corroída como la de Mia, la Culpa es un pantano perpetuo. Siempre salía del baño sabiendo que volvería a errar, que sus promesas eran de arena, que su palabra y honor baratos, que volvería a arrodillarse con el mismo terror, desconsuelo y arepentimiento que otras veces y volvería a vomitar su falta entre arcadas ásperas.
Error, falta, pecado, pérdida, mancha, tropiezo, enmienda, sacrificio. GULA.
Mia se inmolaba a todas horas. Las noches hacía tiempo que no eran de sueño, sino de nevera y naúseas. El trayecto anormal de su bilis (de dentro a fuera) era un paralelismo del trayecto anormal de sus pasos (de dentro a fuera de su cama). El insomnio se aliaba con el parquet frío. Todas las noches iba en procesión a la cocina, abría el refrigerador y echaba mano de la comida helada. Helada como sus manos, como su boca, como su mente. El Ansía es frío. La Muerte también. La Bulimia, por ende, también es fría.
Los casamientos entre bocados eran repulsivos. Pollo y después un chorro de leche condensada, besugo y galletas. La avidez no le dejaba discernir lo que se llevaba a la boca. La demanda que notaba Mia en sus entrañas ansiosas, amplificaba por las cavidades de sus tripas, no admitía gilipolleces. Tragar, tragar, tragar. Era incapaz de decir a que sabía el bolo que engullía. Muchas veces devoraba notando la sal de sus propias lágrimas. Qué asco se daba a sí misma...
Llegaba un momento que el Hambre la abandonaba. Nunca se iba antes de dejarla exhausta y avergonzada. Se iba en silencio... y entonces...
La señorita Culpa, implacable, concreta, eficaz, cíclica y cumplidora de sus promesas, volvía para purgarla. Tocaba su campanilla, palpaba su lengua, y provocaba un vómito roto.
Error, falta, pecado, pérdida, mancha, tropiezo, enmienda, sacrificio. GULA.
La vida de Mia tenía estrías, ramas blancas como las que rasgaban su piel.