14 de julio de 2009

Tocado y hundido.

Hay personas que, en algún momento de su vida, han sido tocadas por la muerte. No es que haya estado en peligro su vida. No es que hayan visto morir. Es solo que, una vez, la muerte les besó y, desde entonces, en vez de vivir, cojean. Son los que oyen la llamada del abismo y desdeñan las lenguas del sol.
Ese contacto con la muerte es imperceptible. Nadie se percata de su llegada. Nadie ve sus larvas. Un día, sin detenerte a pensar en el por qué o cómo, notas un parásito. El huésped es voraz, y sus mandíbulas van socavando tus entrañas, vaciándote. Los afectados juran sentirse huecos a partir de la primera irrupción. Ésta terminará remitiendo, pero con promesas de regreso.
Durante el acceso súbito se da una especie de amnesia parcial. Parcial, porque aquellos recuerdos dolorosos, lejos de olvidarse, se rememoran de forma feroz. Por el contrario, aquellos que son felices se extravían y pierden. También destaca la imposibilidad de los perjudicados de pensar en el futuro. En pleno arrebato, no hay mañana.
La mente del enfermo queda extremadamente débil. Siempre va dando bandazos. Cuando están tristes, están muy tristes. Continuamente sus nervios se arrugan y continuamente cabecean y se inclinan para mirar el precipicio. En esos momentos, sólo parpadean cuando las lágrimas se hacen niebla en sus ojos atormentados.
La tristeza camina por sus entrañas abrasadas, secas e infértiles, con paso y puño de amo. Los terrores se hacen cuerdas y la fantasía siempre les lleva a la misma idea: el suicidio.
Los afectados no saben de la existencia de similares. Creen que se consumen solos y que, cuando caigan , cuando se atrevan a caer de verdad, el mundo seguirá viviendo. Y tienen razón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El placer morboso del romanticismo, el goce de la tristeza propia y ajena como axioma estético de una idea.

Disculpa las palabras pomposas, realmente no es costumbre mía, pero no encontré otras más apropiadas.

Un saludo y nos seguimos leyendo.