1 de junio de 2009

Infierno (II)



Dejó de reír. Cerró los labios. Había notado que su risa, al resonar en la nada, se elevaba contagiada de unos susurros inhumanos. Había más voces de otras gargantas quejumbrosas, de gargantas muertas que avanzaban como miles de procesionarias. Como un tétrico desfile que antes de desaparecer, de desgajaba en otras voces subterráneas distintas, más horrorosas e inauditas.

No eran ni risas ni lamentos. Eran respiraciones corrosivas, una ecolalia atroz.
Se abstuvieron sus órganos articulatorios, que quedaron secos y tan contraídos como su estómago y puños, de decir algo más. Lo que más le aterró fue imaginarse a si mismo desde fuera, como una inerme, débil, ridícula hormiga, en un océano de negrura. La Nada a su espalda; los Muros tenebrosamente iluminados frente a él, que era un pelele rígido.

Tocó el suelo que pisaba cuando se le doblaron las rodillas y estaba caliente, como si sus entrañas estuvieras hechas de magma. Golpeó el suelo, entre temblores, y ni sus nudillos ni la misma superficie sufrieron la más leve alteración, aunque él notaba deshechas las falanges de sus dedos. Se mordió la camiseta, el antebrazo. Notaba el dolor pero ni siquiera se le enrojecía la piel. Le ahogaba la desesperación.
"-Que mierda es esta, que mierda es esta...."- repetía como una oración.

El miedo, el verdadero miedo, le socavaba los músculos.
Dejó de moverse, fatigado sin sudar, aterrado sin llorar, dolorido sin sangre.

Temía que algo se aproximara a él.
No podía gritar sin obligar al Coro de almas a hablar.

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