12 de marzo de 2012

Tiburón blanco (con ombligo)





Sobrevino la fecha de vencimiento, y ese día ella, seguidora de Moloc a pesar de tener los colmillos romos, estuvo más locuaz que nunca. Él, en cambio, habló poco y se mostró obtuso. Su amistad había sido de muy distinto mérito que cuantas amistades malditas les precedían. Un balance de los daños diría que a ella le había servido para alimentar su escepticismo atroz y a él para rebasar su natural austeridad de virgen, depreciar su sangre y fatigarse.

La separación vino con lágrimas sólo de él, que creía en la leyenda y la expiación.

Ella intentaba sacar música de hojas avaras y decía temer sólo al Tiburón Blanco. Alienaba los ojos-fisura con el horizonte. Lo rompió todo antes de que él pudiera afirmar que tuviera pulso. Él, con toda sinceridad de espíritu, se comprometió a devolverle una felicidad primitiva que no sabía si había perdido. Cayó en desgracia y ella le cesó en la obra devoradora. Asumió el papel final de atormentadora que ríe y de un soplo disipó los límites y los privilegios. ¡Fin!

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