
La casa parece una caja en medio del paisaje. Es verano. Eso se nota en el tronco torcido del desmadejado y único árbol del jardín.
I like a girl with lips like morphine…
Adriana enciende un cigarro del mismo color que su piel. Entre sus muslos hay una lata muy fría de coca cola. Enfrente, en una sillita de madera amarilla, está sentada Caye. Llaman a la puerta. Al principio piensan que es el viento. Ellas mismas se creen a veces que son el viento. Como cuando salen al patio y cada paso les deforma más las faldas arremangadas por la cinturilla. O como cuando caminan por la calle más tarde de las doce y el suelo es naranja y el cielo muy oscuro. En esos casos, Adriana empieza a abrir mucho sus ojos de corneja negra, sus labios parecen más gruesos y en vez de reírse pone una mueca un poco ambigua, como si observara algo delicioso pero momentáneo a lo lejos. A Adriana no le preocupa que la falda se le levante por el trasero.
They can´t sabe us now…
Nuevos golpes en la puerta y dos voces bajas. “Son ellos”. Adriana se arregla los pantaloncitos y la camiseta mientras pone una cara singular, con el cigarro en la boca y los ojos entreabiertos. Entreabiertos y no entrecerrados, porque parece que se esfuerza por abrirlos a pesar del humo que le enrojece los párpados. Luego, sus dedos-pinza arrebatan el pitillo a la boca y se revuelve el pelo opaco. Caye aún se está levantando de la silla cuando la puerta se abre y Jorge y Nico entran en la casa. Atisba una hormiga en la lata de coca cola de Adriana mientras camina hacia ellos. Adriana parece flotar por detrás de sus cabezas. Los dos son delgados. Los dos irradian calor. Uno huele mejor que el otro, pero Caye no sabe cuál, porque los olores pueden intercambiarse a la mínima ocasión. Se pregunta si aquellos chicos no se intercambiarán las caras también alguna vez. Pensar en máscaras le hace acordarse de su cintura, y su cintura, de algo más.
Little runaway girl, do it again, no it again…
Adriana va al baño y Caye va detrás. Cierran la puerta. “¿Tienes miedo?”- pregunta Adriana sin dejar de orinar. “Un poco”. Caye nota los muslos tensos. El chorro fuerte cesa y su amiga arroja el cigarro al retrete antes de tirar de la cisterna. Las dos en el espejo. Tras el ventanuco, están el sol y las nubes color damasco. Ellas están en el espejo, mirándose con sus ojos de vidrio y algo difusos. La Adriana-reflejo se vuelve a la Caye-reflejo y le dice, con una voz que suena a reverberación, que hoy Caye se hará mayor. Y luego ríe con la misma risa punzante, cansada y experta que alienta las fibras de su delgado cuerpo.
Los cuatro están en el caluroso salón. Durante dos horas se envían palabras, silencios que suplantan palabras y besos. Las lenguas se convierten en lodo dentro de las bocas. Caye sabe que olvidará todo esto enseguida.
Sun explodes on my skin, It´s coming now, come on let´s rave. But I drown…
Después, ella y Nico se van a una habitación, entrecruzan las piernas viscosas aún vestidas y pegan sus caras como lo harían contra una ventana. Y Caye sabe que recordará para siempre todo lo siguiente. Sus vaqueros son difíciles de quitar, pero los botones de su blusa son pequeños. Separa las rodillas. Nico es una espalda húmeda y un jadeo tenue como el murmullo de la hierba. Los brazos se han enroscado con los codos. Caye nota que se le abre un agujero en el vientre. El eco de un grito le cae en la boca. Abre los ojos, y sobre su cuerpo hay agua. Tras el dolor, el frío se extiende por ella, la hunde, y le entierra la cara. Nico se está vistiendo y Caye desea que la sangre que gotea se evapore como la niebla. Ve los hombros oscuros de Nico irse de la habitación.
Arriba, en la luna ya, ha dejado olvidadas muchas cosas.