
El angustioso mar de pedrería vino
para abismar tus retinas en charcas sin reflejo.
Leucozafiros y vientre lamidos
Con entusiasmo por el Frío
Son voz en la tus deudos
Hunden las manos.
Las zarzas besan las pecas
Que vivían en tu piel viva
en un colegio con capilla y sin fosforescencia.
Te recuerdo con los carrillos rojos
Y los labios moviéndose precoces en la lengua adulta
hoy,
Cuando la enorme verdad del hielo,
Sudario de tierras frías,
Es sopa diaria e inmóvil.
Tú
Nunca envejecerás, ni te casarás, ni descolgarás hijos de tu ombligo.
Ya no participas en el juego del erizo:
Eres portador de remos que comen orillas de látigos blancos
en un columbario desecado.
Y nosotros,
los vivos,
Tus siameses de pupitre,
Veremos el hueco de tu cara llena,
Oiremos el silencio de tu respiración felina y sana,
Desde los escalones acuosos
de nuestras vidas largas e intercambiables.
In memoriam C.D.